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domingo, 13 de junio de 2010

JUAN PABLO II EL PAPA MISIONERO

Desde el momento en que Karol Wojtyla, el joven Obispo de Cracovia elevado sorpresiva-mente al solio pontificio, eligió su nombre como Papa, eligió también un preciso programa, estilo y trayectoria de vida. Juan era el nombre del Apóstol del amor. Claro: del amor entendido en el sentido cristiano de entrega, de servicio, de capacidad de dar la vida para las personas amadas. Y que Juan Pablo II fuera hombre enamorado de Dios, de la Virgen María, de la humanidad
herida y plagada que habría querido sanar y encaminar hacia la plenitud de la paz y de la felicidad, todo el mundo lo percibió enseguida.

Su amor a Dios y a la Virgen lo hacía tangible y palpable la intensidad de su oración. Así como su amor a los hombres se vislumbraba en el trato atento, tierno,respetuos o y gentil con el cual se acercaba a todos y cadauno. ¡Cuántos niños ha acariciado! ¡Cuántas parejas ha bendecido! ¡Cuántos ancianos y enfermos ha abrazado! ¡Cuántos encarcelados ha visitado y consolado! Quedará como un símbolo y testimonio imperecedero del amor más arduo y admirable la imagen de su abrazo y de su entretenerse afectuosamente en la cárcel de Roma también con el hombre que había atentado contra su vida.

Juan Pablo II cumplió brillantemente también con esta emulación de Apóstol de las gentes, y con el mandato de Jesús: “Vayanpor todo el mundo y hagan discípulos a todos los pueblos...” (Mt. 26,19). Y si Pablo se enfrentaba entonces con un mundo completamente pagano, en la Redemptoris Missio JuanPablo II expresaba su lúcido conocimiento de las dificultades de llevar e impregnar del mensaje del Evangelio al mundo de hoy: “La Misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. ¡Ay de mí si no predico el Evangelio! (1 Cor. 9,16). Siento imperioso el deber de repetir el grito de San Pablo”. Y continúa el Papa en este documento: “Desde el comienzode mi pontificado he tomado la decisión de viajar hasta los últimos confines de la tierra para poner de manifiesto la solicitud misionera (RM. 1)”.

Gracias a la fatiga de estos viajes misioneros, devenidos un Calvario en los últimos años, en la persona y palabra del Papa, la persona de Jesús ha llegado y su palabra se ha grabado profundamente en muchos cora
zones. Y la Palabra - como nos dice el propio Jesús en la parábola – es como la simiente que, echada a la tierra, parece al momento morir y pudrirse pero, después de cierto tiempo, vuelve a brotar y producir frutos a veces abundantes.


Tanto con los lejanos como con los cercanos nos daba testimonio de cuanto afirma en la Redemptoris Missio: “La fe se fortalece dándola, en la historia de la Iglesia el impulso misionero ha sido siempre signo de vita
lidad mientras que su disminución es signo de una crisis de fe”. Y podríamos así destacar algunos rasgos, ejemplares también para nosotros, de sus estilo de gran misionero de nuestro tiempo. Rasgos que explican además el gran impacto y eficacia en el mundo de su anuncio y testimonio.

Ante todo se notaba claramente que era hombre que vivía y era como impregnado de lo que anunciaba. Vivía compenetrado de la experiencia de un Dios que es amigo, que nos salva y nos llena de la plenitud de la vida y felicidad, que quiere elevar y promover lo más posible al hombre, que ama con predilección a los pequeños y humildes, que es amigo de los pobres e indefensos, que es misericordioso con los pecadores y los marginados. Dives in Misericordia (Rico en Misericordia) será el título de su primera Encíclica.

Pero Juan Pablo II no era sólo predicador de esta fisonomía de Dios, sino era él mismo bueno, sosegado, compasivo, tierno y al mismo tiempo fuerte, decidido y claro en poner en guardia contra el mal. La Evangelización y promoción humana fueron en él un hecho vital antes que teórico, una manera de actuar y relacionarse con los demás antes que una doctrina bien redactada.

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